El siglo XX parece haber combinado los mayores extremos de civilización y de barbarie, en lo que tal vez no sea más que un simple reflejo de la condición del hombre, capaz de lo mejor y de lo peor. Occidente ha alcanzado unas cotas de desarrollo económico y de bienestar nunca vistas en la historia de la humanidad –disminución de la mortalidad infantil, asistencia sanitaria generalizada, prolongación de la esperanza de vida y notable incremento de su calidad–, junto con logros como el avance científico y tecnológico, la educación universal –y gratuita en buena medida–, la difusión de la democracia política, los derechos humanos, el reconocimiento de la libertad y el pluralismo, el aprecio por la dignidad humana, el mejoramiento de la situación de la mujer, etc. Pero las partidas que deben apuntarse en el debe no son menos imponentes: guerras mundiales, genocidios, limpieza étnica, holocausto, , bomba atómica, armas químicas y biológicas, tortura, manipulación, totalitarismo, terrorismo, aborto masivo, eutanasia, etc.
En la cultura actual se pueden destacar tres características. La cultura actual es científico-técnica porque depende en gran medida del cultivo de las ciencias que el hombre realiza e igualmente de la concepción que tenga de la ciencia; también es antropológica porque nuestra cultura se encuentra centrada en el hombre concreto; y es historicista porque percibe y valora la realidad humana como cambiante, en devenir progresivo hacia el futuro.
Si hablamos de la vivienda contemporánea actual, no se puede evitar nombrar a Luis Barragán. No es el arquitecto de los colores como muchos lo conocerán, sino el arquitecto de la intimidad, el luz, la penumbra, la privacidad, los jardines, el agua; sus casas recogían todas estas ideas consiguiendo un lugar privado un lugar donde conseguir el descanso que se necesita debido al estrés de la sociedad actual. Barragán, al igual que yo, criticaba las construcciónes acristaladas diciendo que no tienen privacidad.